Época: Oceanía
Inicio: Año 5000 A. C.
Fin: Año 1900




Comentario

En todas las culturas se celebra, de alguna forma, el paso de la infancia a la pubertad, en especial de los varones, mediante una serie de ceremonias, casi siempre con connotaciones religiosas. Entre musulmanes y judíos los muchachos tienen que aprenderse una serie de textos de sus respectivos libros sagrados, y recitarlos, sin equivocarse ni vacilar, ante un auditorio que será testigo y acreditará la superación de estas pruebas y la madurez del adolescente. En el cristianismo, la Primera Comunión, para llegar a la cual el niño ha tenido que aprender y memorizar una serie de conocimientos, o la Confirmación, tienen el mismo sentido.
Las llamadas sociedades premodernas asignan a las ceremonias de iniciación una importancia de primer orden. Las sociedades modernas suelen experimentar cierta curiosidad morbosa por estos ceremoniales, debida, en parte, al hecho real de que algunas de las pruebas que tiene que soportar el neófito poseen notas de refinada crueldad; desde luego, el derramamiento de sangre, en uno u otro momento, va siempre asociado al rito; pero el morbo proviene, también, de la creencia, errónea, de que todas estas pruebas tienen connotaciones de índole sexual. Y no es así: el fin primordial de estas pruebas y ceremonias es conferir al individuo una serie de conocimientos que le capaciten para hacer todo aquello que, como adulto, tienen el derecho y la obligación de hacer: cazar, pescar, hacer la guerra, convocar a los espíritus y, por supuesto, tomar esposa. Es decir, el conocimiento le capacita para la realización de determinados actos; le confiere poder para realizarlos. El conocimiento significa poder; por eso las mujeres no pueden contemplar estas ceremonias ni conocer su ritual; no pueden ver determinadas figuras, que podrían hacerles partícipes de su poder; ni participar en la guerra, que supondría el empleo de armas, lo cual podría derivar en situaciones peligrosas para el varón. En algunas sociedades oceánicas se las priva, incluso, de los más simples medios de producción, como son los palos de cavar: la sociedad no les permite prepararlos, es decir, realizar la sencilla operación de aguzar uno de los extremos; siempre es su padre, su hermano o su marido el que les hace entrega de su palo de cavar.

Realmente, lo que más llama la atención en las ceremonias de iniciación es la serie de pruebas físicas, a veces durísimas, en las cuales los aspirantes tienen que demostrar su valor ante el sufrimiento, y su entereza ante el miedo o la misma muerte. Ello les hará dignos de entrar en el grupo de los machos adultos y de formar parte de la tribu como miembros de pleno derecho. A menudo estos ritos son muy complicados, en una serie graduada que comienza en la pubertad, o antes, y continúa hasta la plenitud de la vida adulta. Implican la muerte ritual seguida de un nuevo nacimiento: el fin de la infancia, de la ignorancia, la separación del mundo femenino; las madres saben que nunca volverán a recuperar a sus muchachos como a sus hijos.

Las pruebas pueden ser múltiples y a cual más terrible: los insultos, el desprecio, la falta de alimentos, el silencio, las tinieblas, la tortura, la perforación del septum nasal, las escarificaciones. El inventario suele superar nuestra imaginación. Superadas las pruebas, los aspirantes recibirán un nuevo nombre, porque, tras la muerte ritual, renacen como individuos nuevos y distintos. En este sentido, el bautismo cristiano o el sacerdocio son también ritos iniciáticos: el hombre moderno cree vivir en una sociedad o en un cosmos desacralizado, pero no lo ha conseguido.